Ayer tuve un sueño. Un sueño de integración y liberación. Como el de Martin Luther King pero en versión calentorra. Sí. Soñé que iba al Encuentros, el más famoso pub de ambiente liberal de la capital desde que el hijo jinete de la Duquesa de Alba fuese retratado en la puerta. Cayetano no galopaba en mi sueño, pero sí había hombres solos que, como él, habían ido a tomar una copa. Ojo: en Encuentros, cinco días a la semana, pueden entrar varones solitarios y merodear por la zona de la barra que te topas nada más dejar los abrigos y pagar la entrada (50 euros por pareja, con cuatro copas). Ojo bis: esos individuos pretenden algo más que saciar su sed y miran a las parejas con cara de deseo entre cómica y acojonante para que éstas les inviten a pasar a la zona reservada para ellas y montárselo entre los tres. A nosotros nos miraron, claro. Pero ni a mi pareja ni a mí logró convencernos para dejar de ser pares la lascivia landista de, por ejemplo, ese señor calvo, bajito y con fino bigote. Ni en sueños.
Dejamos a los solitarios y preguntamos por una relaciones públicas para que nos enseñase el local. Y apareció María. Y María, muy simpática y atenta, nos hizo la visita guiada por la parte de Encuentros reservada para las parejas. Nos enseñó la primera zona, donde tomar algo sentados para conocerse. Pasamos por los camarotes privados donde las parejas se encierran solas o en compañía de otras. La seguimos hasta el jacuzzi, por las duchas y las taquillas. Vimos el cuarto oscuro y otra habitación sin luz y con una celosía por pared. El sueño tenía un intenso olor a desinfectante. Era, pues, un sueño limpio en el que se amontonaban imágenes guarras, en el mejor sentido de la palabra. Dos parejas que humedecían aún más el ambiente del jacuzzi sin intercambiarse, de momento. Otras que retozaban desnudas en los sofás. Hombres que metían su mirada a través de los agujeritos de la celosía y sus órganos sexuales por otros agujeros más grandes hechos más abajo para disfrute de algunas valientes usuarias de ese casi bucólico glory hole.
Mi pareja y yo observábamos. Era nuestra primera visita a Encuentros y estábamos en modo se-mira-pero-no-se-toca . «Nosotros la primera vez tampoco nos atrevimos, pero luego en casa fue espectacular». Nos lo dijo otro par que conocimos tomando algo en la zona menos fogosa del local. Es curioso, nadie nos entró. Y eso que bajábamos la media de asistentes al sueño (por encima de los 45). Nada. Tuvimos que ser nosotros los que iniciásemos las conversaciones. Igual, pensamos por un momento, aquí hablar está de más. «Qué va -nos contó otra pareja-, aquí se habla, y mucho. Nosotros, por ejemplo, estuvimos el otro día en el entierro de la madre de una mujer que conocimos aquí. Te acabas haciendo amigos». Amigos con derecho a roce, claro, pero que no rozan sin permiso. Nos explicaron, y comprobamos, que el respeto es absoluto. «Aquí se viene a lo que se viene pero si a alguien no le apetece hacer algo, lo dice o aparta la mano y no se hace». Y otra cosa: «No tiene porqué ocurrir el aquí-te-pillo-aquí-te-mato». Por lo que se ve, el ambiente liberal tiene sus códigos y a las parejas les gusta observar el comportamiento de las otras antes de lanzarse. Los expertos recomiendan dejarse caer una, dos, tres veces por el local. A ser posible los mismos días. Cruzar miradas. Currárselo.
Aunque puede pasar de todo. «Nosotros hemos venido ya un par de veces y, bueno, hasta ahora sólo hemos practicado sexo oral con otras parejas». Ese «sólo» nos sonó en ese momento más que suficiente a mi pareja y a mí, pero el matrimonio joven que lo pronunció lo hizo con toda naturalidad. Otra pareja más en el tipo de la noche, mayor y de mucha belleza interior, nos explicó que, aunque el uso del preservativo es casi exigido por todos, alguna vez se habían dejado llevar por la pasión.
De alguna manera, nosotros también estábamos teniendo nuestra ración de sexo oral gracias a lo que estábamos oyendo. Nadie se cortó a la hora de contarnos sus experiencias. Sospecho que el morbo no es completo si se hace y luego no se cuenta. Aunque morbo, para quien lo encuentre en todo esto, hay en todas partes: en ver a otros follar, en follar y que te vean otros, en meterte en un cuarto oscuro y tocar y que te toquen sin tener muy claro qué o quién, en hacer tríos, cuartetos y todo tipo de combinaciones matemáticas en las que, eso sí, parecen vetados los choques hombre contra hombre. Incluso puede que a alguien le ponga ver a parejas pasear tapadas por toallas blancas y calzadas con chanclas de plástico como si viniesen de nadar en la piscina municipal y no de un fornicio público y salvaje. A mí, la verdad, esa visión no me puso nada. Por eso decidí dar por concluido mi sueño y despertar. Por eso y porque había soñado que soñaba un sueño con cuerpos como los que veía Tom Cruise en su paseo por la casa de Eyes Wide Shut y parece que no había encontrado al mismo director de casting. Otra vez será.