«Los locos somos los que nos vivimos, los que no nos atrevemos a llevar una vida conforme a nuestras creencias». Óscar Pérez no ha leído estas palabras de Pablo Ochoa publicadas hoy en El País. Óscar está en una repisa a 6.200 metros, en el Latok II, en Pakistán. Muerto o a la espera de la muerte. Tampoco creo que le hubiesen importado un carajo esas frases después de haber estado colgado de una cuerda toda una noche, después de haberse roto un brazo y una pierna en el peor momento y en el peor lugar, después de diez días knocking on heaven’s door. Pero Pablo Ochoa no hablaba para Óscar sino para los que van a hablar sin esperar a que el cadáver de Óscar sea cubierto por el hielo. Pablo es hermano de Iñaki Ochoa, un montañero muerto en acto de servicio (Annapurna, mayo de 2008). Otro.
La verdad es que me quedo pegado a las historias de escaladores. Cuando las leo en la prensa, las veo en Al filo de lo imposible o me aparecen en forma de libro. Quizás sea por el vértigo de ida y vuelta que tengo pero flipo con esas aventuras escritas fuera de los renglones de lo corriente. Aunque la cosa tenga pinta de haberse convertido en un circo para ricos. Aunque ese afán de probar la resistencia humana esté llenando de turistas tóxicos y mierda poco degradable montañas antes libres de pecadores (sé que pagan una tarifa por lo que ensucian pero no sé qué hace un gobierno tan ordenado como el pakistaní con esa pasta). Aunque, y esto quizás no sea muy oportuno decirlo justo hoy, el rescate de esa ambición por la superación, cuando fracasa, cueste una pasta que no siempre asume el seguro. Bueno. Yo sigo asombrándome por la epopeya que puede contar Álvaro Novellón, el compañero de Pérez, y emocionándome al imaginarme las últimas horas que no podrá contar Óscar.
Suerte tienen, de todos modos, los montañeros. Sí, suerte porque pueden vivir y morir como les sale de los cojones sin que nadie quiera prohibírselo. Aún. Caen escaladores en las montañas como caen corredores en encierros o boxeadores en rings, por mencionar sólo dos escenarios que parecen molestar especialmente a esos locos que decía Pablo Ochoa. Locos que no se atreven a vivir sus vidas pero sí se permiten opinar sobre la forma de vivir de otros. Los que suben montañas son hombres (y mujeres) que se sienten vivos cuando lo hacen, aunque hacerlo les acerque peligrosamente a la muerte. Lo mismo que los que se la juegan por una carrera de segundos en la cara de un toro o los que se la parten entre 16 cuerdas. Los hay que viven cuando escriben, cuando cantan, cuando follan ante una cámara o cuando hacen punto de cruz. Cada uno debería dedicarse a lo que le da la vida y todos deberíamos dejar la vida de los demás para… los demás.
Cierro con otra frase de Pablo Ochoa. «Atreverse a vivir una vida concreta, con sus riesgos, no sólo es valiente, sino sabio». Ésos, los que no se atreven a vivir la suya y por eso quieren que vivamos una no-vida como ellos, no sólo son cobardes, también son idiotas.
Suena el I’m Not Like Everybody Else, de The Kinks, nada menos.
En la foto, hecha por Álvaro Novellón, Óscar Pérez, durante su subida al Latok III. La he sacado de desnivel.com.
Información Bitacoras.com…
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Amén.