En 1975, el escritor norteamericano Saul Bellow hizo un viaje a Jersualén junto a su cuarta esposa, Alexandra. A Bellow estaba a punto de caerle el Nobel y era ya, por eso, un ilustre visitante en la ciudad. Se reunió y habló con todo tipo de gente. Desde un viejo amigo de la marina mercante que vivía en un kibutz, John Auerbach, hasta con el alcalde, Teddy Kollek, pasando por profesores, científicos, pintores y políticos de postín como Simón Peres, el entonces Primer Ministro Isaac Rabin y hasta, a su vuelta a Estados Unidos, Henry Kissinger. Bellow, cuya familia judía emigró de Rusia a Canadá, hablaba con todos ellos de la cuestión israelí. El Estado se había creado menos de 20 años atrás de su visita y la guerra del 67 era aún una herida abierta. Hablaba, pues, de la cuestión israelí y, por eso, de las cuestiones árabes y palestinas. Lo escribió todo en un libro publicado en 1976 y llamado To Jerusalem and Back. A Personal Account. Uno de los libros, en edición española de Altaïr en 2004 y titulado Jersualén, que me he llevado de viaje por ahí.
El libro es cojonudo. Bellow absorbe opiniones de todo tipo, las asimila y conforma (y seguramente confirma) la suya, bastante coherente y equidistante de los vértices más extremistas. Es tan admirador como crítico. Tan defensor del Estado de Israel como del derecho de los palestinos a tener su propio territorio. En cualquier caso, lo que ve, lo que oye y lo que cuenta es muy parecido a lo que se puede ver, oír y contar hoy, 33 años después, tras una visita a Jerusalén. Y eso que a mí no me recibió el alcalde ni el Primer Ministro… El libro, pues, me ha ayudado a entender todo lo que estaba viviendo. Y eso es mucho decir de un libro.
Ahora paso al modo cita:
Los israelíes, de hecho, han de tener en cuenta cuatro mil años del judaísmo. El mundo se les ha echado en brazos; de ellos se exige que lleven a cabo un fantástico acto de equilibristas. Por decirlo de otro modo: no hay otro pueblo que haya de trabajar tantísimo y a tantos niveles distintos. En menos de 30 años, los israelíes han forjado un país moderno: hay manillas y bisagras en las puertas, instalaciones de fontanería, suministro eléctrico, música de cámara, aviones, tazas de té. Es a la vez un estado encastillado y una sociedad culta; es a la vez espartano y ateniense. Trata de hacerlo todo, de comprenderlo todo, de aprovisionarse de todo. Todos sus recursos, todas sus facultades están aprovechados al máximo. Los esfuerzos de defensa tienen un paralelismo en los pensamientos que se dedican constantemente a la situación mundial. Se trata de un pueblo activa e individualmente implicado en la historia universal. No entiendo cómo lo soportan».
Ahora bien, (Jean Paul) Sartre y otros, aparentemente, desean que los judíos sean excepcionalmente excepcionales. Tal vez los propios judíos hayan generado esas expectativas. Israel ha realizado esfuerzos extraordinarios para ser un país democrático, equitativo, razonable, capaz de transformarse. De hecho, ha transformado a sus judíos. En la Europa de Hitler eran conducidos a la aniquilación; en 1948, los supervivientes se convirtieron en formidables soldados. Desposeídos de sus tierras, en el exilio se convirtieron en agricultores. Los mamelucos habían decretado que la llanura costera de Palestina fuese un desierto; ellos la convirtieron en un huerto fértil. Es obvio que los judíos aceptaron la responsabilidad histórica de ser excepcionales. Se les ha obligado a seguir siéndolo. Ahora, la cuestión estriba en saber si puede exigírseles más que a otros pueblos. A los demás no se les hacen tales exigencias. A veces me pregunto por qué es imposible que los intelectuales de Occidente digan a los árabes: «También debemos exigiros más a vosotros. También vosotros habéis de intentar hacer algo por la hermandad, por la paz con los judíos, pues han padecido monstruosos sufrimientos tanto en la Europa cristiana como bajo el Islam. Israel ocupa más o menos una sexta parte del 1 por ciento del territorio que vosotros llamáis árabe. ¿No es acaso posible adaptar las tradiciones islámicas, reinterpretarlas, desplazar el acento, de modo que sea posible aceptar esa minúscula ocupación? Una gran civilización debiera ser capaz de tener una flexibilidad humana, generosa. La destrucción de Israel no será provechosa para vosotros. Dejemos vivir a los judíos en su diminuto estado». Sin embargo, debe de ser culturalmente una grave falta de respeto pedir a un pueblo que cambie de actitud, aunque sea ligerísimamente».
Janowitz me pegunta cómo valoro la situación de Israel, qué recomendaría yo. Le respondo que dudo mucho que mi juicio tenga ningín valor […] Sin embargo, puedo contarle y le cuento lo que he sabido gracias a observadores expertos e inteligentes. Muchos de ellos, digo, creen que Israel debería haberse retirado de la Ribera Occidental (Cisjordania) hace ya mucho tiempo, claro está en términos ventajosos. Ninguna persona responsable habla de una retirada que dejase a Israel expuesto a determinados riesgos militares. Sin embargo, el gobierno está desesperadamente decidido a mantener la ocupación. […] Con la fortaleza que les presta el dinero del petróleo y el apoyo del mundo entero, los estados árabes no creen que exista ninguna necesidad de negociar con Israel. Planean su eventual destrucción y contemplan sus disensiones y desórdenes internos con evidente satisfacción. Por otra parte está el problema de los zelotes ultra-ortodoxos que insisten en que asentarse en la Ribera Occidental es un derecho que poseen por don divino. Los árabes enojados interpretan la reticencia del gobierno de Rabin a la hora de frenar a estos colonos como muestra de aprobación o incluso como política que alienta de manera encubierta. Los nacionalistas religiosos israelíes no forman por sí mismos un grupo político, pero sí cuentan con el apoyo parlamentario de los derechistas. He hablado con algunos estudiantes de Oriente Medio que entienden que nada es tan peligroso para Israel, en estos momentos, como ese nacionalismo de carácter religioso. Lo consideran antisionista, ya que los líderes del movimientoo sionista nunca mostraron ambiciones territoriales de corte religioso. […] Por otra parte, muchos israelíes temen la idea de que Israel pase a ser un satélite estadounidense y, al simpatizar con movimientos como Gush Emunim, tal vez tratan de reafirmar su independencia política. […] Los israelíes son presa de grandes inquietudes cuando piensan en la posibilidad de que el destino de su país se decida en otra parte y sin su concurso: en Washington, por ejemplo. ¿Se les puede culpar por eso? Norteamérica, Dios nos asista, no es un país cómodo cuando es preciso confiar en él».
(Gracias a mi madre que me estará leyendo y que me regaló el libro en cuestión).En lo tocante a Israel, el mundo está hinchado de conciencia moral. Los juicios morales, un espectro en toda Europa, pasan a ser un gigante en toda regla cuando se habla de Israel y de los palestinos. ¿Se debe todo ello a que Israel ha asumido las responsabilidades de una democracia liberal? ¿Se debe a otra razones? Lo que Suiza es a las vacaciones de invierno y la costa de Dalmacia a los turistas veraniegos, es lo que son Israel y los palestinos para la necesidad de justicia que sienten los europeos: una especie de zona turística de la moral».
Deja una respuesta